HISTORIA DE UN CIGARRILLO CONSUMIDO EN SEIS DÍAS POR LOS COMPLEJOS DE UN DIMINUTO TITIRITERO QUE QUERÍA DARLE VIDA A TODO...





Días como hoy, 26 de abril un domingo que siente como se le escapa el sol de los dedos, nacen pensamientos triviales y efímeros, rápidos y voraces… que se evaporan como una ramita seca en llamas, en un instante…Luego de esa sensación de volatilidad atrapada irónicamente en un instante, surge la infinidad, se puede casi que lamer con todas las papilas gustativas el concepto de infinito.
Les voy a contar, en este pequeño instante que se escapa cada vez más e intentamos enganchar y alargar con las palabras, para que se quede un poco, para que se alargue, para alentizarlo y volverlo una pintura que podemos contemplar… les voy a contar la historia de un titiritero, no cualquiera he dicho, una titiritera casi tan grande como las criaturas que paria. Ella, el, este personaje finalmente, tenía una problemática obsesión con darle vida a todo, a todo literalmente a todo, sufría con la existencia de objetos inanimados, a las ollas sucias les lavaba y les ponía nombres pailas, presipitados y herméticos. A las flores muertas les  encontraba las semillas y las enterraba milimetros al lado para que reencarnaran al instante mismo. A las envolturas de dulces, galletas, jamones, salchichas y quesos los unía de tal manera que podía crear mounstruos plastificados, pues el titiritero sabia la larga duración de sus penas, y sabía que si los juntaba iban a hacer una canción de sus olores y de sus podredumbres y al final podrían adquirir un sentido banal, pero no tan banal como para el que fueron creados por la sociedad de consumo. Y así, arrasaba con todo lo que se le atravesaba en la vida, así era como se dilataba cada vez más su espíritu demencial por dar vida y su lucha constante contra lo inanimado…
Para la titiritera todo era vida, sin embargo, era el trabajo más agotador del mundo, porque sabía que la mejor amiga de la vida es la muerte, donde hay vida hay muerte y, cada vez que creaba la vida la muerte la estaba visitando al lado, y así era una guerra constante entre la vida y la muerte, y aquella titiritera era una aliada de la vida, un guerrero formidable de la imaginación. Un día, el titiritero se vio lentamente achacado e impedido por su acción más contundente dentro de su existencia, dar vida, así que decidió prender un cigarrillo para esperar a recobrar su espíritu inquebrantable, lo que él no entendía era por qué ese cigarrillo demoraba tanto en evaporarse, pues aunque nunca hubiese fumado ella había visto como los cigarrillos tenían una vida más corta que la de un sancudo, él se sentó ahí a esperar y a ver como la ceniza alcanzaba su boca, conto los días para que la ceniza estuviera a un milímetro de su boca, seis días…. seis días demoro el eterno  e infinito instante. En ese momento ella y el al mismo tiempo, se dieron cuenta que ya se había ido su demente idea de dar vida a todo, pues la muerte les había abrazado en un instante permanente.

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